¡Hola a todos!
Una tarde que debió ser como cualquier otra, un par de años antes de mi nacimiento, mi madre envío a dos de mis hermanos, entonces niños, a comprar pan a una tienda cercana. Cuando venían de regreso a casa, mi hermana, quien tenía prisa por temor a perderse un minuto de
El Chavo del Ocho, apresuró el paso exigiéndole a mi otro hermano hacer lo mismo. Para infortunio de ambos, al cruzar una de las pocas calles pavimentadas que había a la redonda, se vieron sorprendidos por un automóvil que se aproximaba hacia ellos a gran velocidad. El conductor alcanzó a verlos metros antes del impacto, aplicando los frenos inmediatamente con esa fuerza inaudita que otorga el miedo intenso. Pero fue imposible evitar el desgraciado contacto; una pierna de mi hermana se fracturó y mi hermano perdió uno de sus dientes, entre otras heridas considerables que ambos sufrieron en el encontronazo. El conductor fue detenido por la policía, los heridos llevados de urgencia a un hospital.
Tiempo después, cuando mis hermanos se recuperaban del lamentable accidente, la familia se enteró de que una mujer vestida de blanco había entrado en fatal crisis nerviosa a las afueras de una iglesia no muy lejana, tras esperar por largas y angustiantes horas al hombre con el que esa misma tarde se desposaría, y el cual nunca llegó. Este novio ausente resultó ser el conductor de aquel automóvil.
Un abrazo sin apremio.
Al González.