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  #1  
Antiguo 19-06-2004
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marcoszorrilla Va por buen camino
*** A D I V I N A D L O ***

Propongo esta adivinaja, ya que no ha mucho asaz proliferaron en estos lares, e incluso hubo quien llegó a proponer la creación de un Foro para tal menester, como decía Julián en aquella que en su momento sometió a todos los foristas, ésta es algo difícil, como huella a seguir esta frase:

Cita:
“….sabores a lejanía del recuerdo y sabores a cercanía del olvido….”
Si el olvido esta aún cercano, la reminiscencia pasó al grado de sutileza y se acerca a lo volátil, punto en que la química se niega a sí misma y trasciende a la nada, al vacío al……

¿De qué estamos hablando?



Un Saludo, espero vuestras respuestas.
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- Ça c'est la caisse. Le mouton que tu veux est dedans.
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  #2  
Antiguo 19-06-2004
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Si el olvido esta aún cercano, la reminiscencia pasó al grado de sutileza y se acerca a lo volátil, punto en que la química se niega a sí misma y trasciende a la nada, al vacío al……
Si la respuesta es de matemáticas, el resultado es cero
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  #3  
Antiguo 20-06-2004
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La respuesta no es matemática.

Iré dando algunas pistas:

Tiene que ver con la literatura.

Pedro Trujillo, es un personaje........


Un Saludo.
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  #4  
Antiguo 21-06-2004
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Isabel Bolaños es el nombre de otro personaje de este relato.

Un Saludo.
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  #5  
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Gabriela Agramonte Otro personaje más de este relato.

Mañana por la mañana daré otra pista.

Y por la noche si nadie ha encontrado la solución, resolveré el enigma.

Un Saludo.
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  #6  
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Yo no conozco tales personajes..... ni por lo tanto, la novela en cuestión. Sé que hay una obra de Vargas Llosa que habla de una familia Trujillo, pero solo conozco el nombre del patriarca, que no es Pedro, así que no sé si se trata de esa, porque no he tenido el gusto ni el tiempo de leerla. Podría buscar un resumen de la novela en internet o la biografía del tal Trujillo (que no es un personaje de ficción) para comprobarlo, pero entonces no tendría gracia.

Por mi parte, las pistas me sirven de muy poco, de haber leido el relato, ya sabría la respuesta. Me has dejado...... àplatié. Así que me quedo a la espera de la solución

Saludos.
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  #7  
Antiguo 22-06-2004
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Aqui va otra pista, ahora una parte del relato.

Cita:
Al permanecía más tiempo en casa, tratando siempre de comer fuera y evitando así el tedio del amarillo mediodía, no tardó mucho en extrañar esa costumbre de libertad solitaria, forjada durante tanto tiempo en su claustro del aquel edificio embrujado de la calle Segunda, la cual se le había quedado prendida como garrapata en la piel de su repertorio de hábitos.

Un Saludo.
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  #8  
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Estamos llegando a la ultima pista:

Cita:
Viviendo ahí, todos los días miraría ese hueco inútil de la pared, que le haría pensar en todo aquello bueno que fue o pudiera ser pero que jamás sería en el futuro, debido a las barreras naturales del universo o simplemente por la influencia negativa de un triste agujero de funcionalidad apócrifa y color pastel.

A la noche la última y mejor pensado mañana a las 7h15m daré la solución si nadie es capaz de resolver el enigma sobre el autor del relato.

La demora en la solución viene por aquello de los tres días de plazo que se daban en las novelas de caballería, que no se diga que no somos caballeros, antes nos mesamos los cabellos y nos infringimos grandes puñadas cual distinguido flaco caballero de nuestra literatura en momentos de desventura.

Un Saludo.
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  #9  
Antiguo 22-06-2004
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Última pista:

Cita:
Era muy pequeño, poco privado y se encontraba prácticamente incrustado al final del pasillo de servicio. La dueña de la casa le habló de los buenos tiempos en que sus hijas vivían ahí y cómo fue que poco a poco (en realidad en un suspiro del cosmos) todas se fueron.
Hasta mañana.
Tirante el Blanco a la zaga de Amadis de Gaula
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  #10  
Antiguo 23-06-2004
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Última pista:
Reto conseguido.....

¿Hay premio?

Saludos.
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  #11  
Antiguo 23-06-2004
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Por
supuesto
que
hay
premio
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El
día
22
del 2
del 2002
Al
encontró
apartamento

Sabía que eras la única que podía encontrar el enigma, que podía resolverse sin salir del propio foro en donde fué propuesto, pero tuve cuidado de no dar ninguna pista excesiva.

Aunque alguna dejé implícta.
Cita:
Si el olvido esta aún cercano, la reminiscencia pasó al grado de sutileza y se acerca a lo volátil, punto en que la química se niega a sí misma y trasciende a la nada, al vacío al……
este al es nuestro amigo Al Gonzalez, autor del relato y conocido forista.

Un Saludo y enhorabuena a Santana no te rendiste. ¿quizás te animaste con Tirant lo Blanch? valenciano de pro.
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  #12  
Antiguo 23-06-2004
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¿quizás te animaste con Tirant lo Blanch? valenciano de pro.
Me sorprende que siendo uno de los que menos trato "directo" tiene conmigo, seas uno de los que mejor me conocen.

Es cierto, la alusión al legendario héroe caballeresco fue lo que me animó a enfocar la adivinanza desde una perspectiva diferente.

Un saludo.
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  #13  
Antiguo 27-06-2004
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Al González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en bruto
Smile No tengo palabras para agradecer tal gesto

¡Hola Camaradas!

En verdad que no tengo palabras para agradecer tal gesto de parte de vuestra gentileza. Mira que hacer una referencia literaria sobre uno de mis relatos, por parte de tan prestigiado conductor de camellos, filósofo y pensador aristotélico, Marcos Zorrilla de La Buena Gracia, no tiene precio para mis honrrosas expresiones de júbilo frente a esta bola de cristal llamada monitor.

Y mira que hacer partícipe de vuestra travesura a la dulce y hermosa Santana, la dama de mis sueños valencianos.

Acabais de alegrarme el día, aún a pesar de que debo escribir de nuevo el relato que comencé hace media hora, por una inoportuna validación de acceso surgida de algún mecanismo misterioso del castillo Web.

Marcos, eres libre de hacer público el resto de mi relato Tiempos de Cambio.

Un abrazo a todos.

Al González .
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  #14  
Antiguo 27-06-2004
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Debido a las múltiples visitas que ha tenido este tema y a la autorización explícita de Al, creo que es menester publicar el relato completo, para que todos podais disfrutar de él:
Cita:
[/CAPÍTULO II
Tiempos de cambio



En diciembre del año anterior, Al González había entregado las llaves de su modesta pero entrañable oficina, de dos largos años y siete intensos meses, a su amigo y entonces vecino Pedro Trujillo, para que la progenie de éste volviera a disponer de ese local y lo rentara seguramente a otro emprendedor en busca de alquiler barato. Sabía que el cambio de lugar de trabajo de nueva cuenta hacia el seno familiar, sería algo temporal. Cuando abandonó ese despacho que arrendaba en una estrecha calle del centro histórico de la ciudad, estaba convencido de que al cabo de unos meses ya no moraría en la casa que su padre construyó, y a quien le estaba hondamente agradecido. Habría de vivir en un lugar distinto, un lugar donde él pudiera comenzar su propia rama en el árbol de la trascendencia humana.

Durante los últimos dos meses, de los trescientos veintiuno que vivió en casa de sus progenitores, se le conjugaron toda clase de sensaciones de reencuentro, con sabores a lejanía del recuerdo y sabores a cercanía del olvido. Mezclados con la actividad continua del trabajo, las cuentas por pagar, los asuntos sin terminar, las fiestas de fin de año, la repentina renuncia de su dulce asistente Isabel Bolaños, las aventuras de montaña, las gratas conversaciones con Marisela Yaroslav, el esmerado y breve cortejo a Gabriela Prado, su otro casi amor imposible, y esos nocturnos caminares bajo la lluvia en los que el cielo lloró por la lejanía de dos mujeres admirables. También con las voltizas llamadas telefónicas de Gabriela Agramonte, su última amiga especial, las de Azucena Rubalcava, una insólita y desesperante virgen de 28 años muy estimaba por Al, y las de Maribel Varela, su atractiva contadora que cada trimestre le despertaba un gran deseo de cumplir con el fisco. Además de la visita por varios días de su hermano Manuel, el científico, la recuperación progresiva de la salud de su padre ya seis veces abuelo, y el comienzo de su nuevo libro. Motivado para éste en gran medida por la emocionante excursión de enero, los cálidos parabienes de Marisela Yaroslav por sus logros personales, y esa percepción de poder y celeridad del tiempo que le sobrevino después. Concentró todo aquello en un improvisado pero bonito estudio, en que convirtió la mitad de su reducida habitación. Más tarde consiguió que una compañía lo contratara para ciertos proyectos de suma importancia, por los que tuvo derecho a una oficina interna, la cual vino a sustituir la parte no mística de la dejada recientemente.
Ahora que Al permanecía más tiempo en casa, tratando siempre de comer fuera y evitando así el tedio del amarillo mediodía, no tardó mucho en extrañar esa costumbre de libertad solitaria, forjada durante tanto tiempo en su claustro del aquel edificio embrujado de la calle Segunda, la cual se le había quedado prendida como garrapata en la piel de su repertorio de hábitos. Cuando caminaba cerca del vetusto inmueble, no podía resistirse a la tentación de entrar en él, subir al segundo piso, y colocar la palma de su mano sobre el emblema de la empresa que hizo crecer ahí, aún entonces adherido a la vieja puerta de encino y caoba del local 209. Echaba de menos esa «oficina de gángster de los años cuarentas», como alguna vez la calificó bromeando uno de sus socios.

Sin embargo ya eran otros tiempos. A principios de febrero comenzó la búsqueda de su primer apartamento personal e independiente. Era algo que pretendía desde casi un año antes, pero que tuvo que postergar por su falta de decisión y disciplina en el trabajo. Durante más de quince días leyó decenas de avisos clasificados que anunciaban casas y apartamentos en renta en los diarios locales. Al principio sólo consideró aquellos que se encontraban dentro de un moderado presupuesto inicial, pero terminó ampliando éste casi al doble, al sentir que ninguna de las viviendas que le mostraban era de su total satisfacción. Uno de los primeros apartamentos que vio pertenecía a una mujer encargada de una reputada florería. Observarlo por fuera y su interior a través de las ventanas, le bastó para concluir que la propietaria no concebía la belleza visual en todos sus negocios, porque aquella agonizante morada de viejo, sucio y vistoso retrete al fondo de una diminuta cocina, no despertaba ni la más mínima impresión de bienestar. «Pase a verlo, y ya si le gusta viene y me dice» fueron las últimas palabras que Al le oyó decir a la señora, mientras ésta preparaba atareadamente varios arreglos de claveles.

Luego acudió a conocer otro que se encontraba en un buen barrio y cerca del río Chuviscar. Una mujer ya entrada en años llegó en una camioneta al lugar cuando Al esperaba en la cochera. Después de darle los buenos días, le ayudó a bajar de su vehículo una lata de pintura y unas bolsas de supermercado que dejaron luego en el interior de su sala. Con el semblante de quien acepta convertir su muelle en teatro de pantomima, tras la partida del último barco que jamás volvió como tal, la señora lo condujo hasta el modesto apartamento que se encontraba en la parte posterior de su casa y que tampoco satisfizo expectativas. Era muy pequeño, poco privado y se encontraba prácticamente incrustado al final del pasillo de servicio. La dueña de la casa le habló de los buenos tiempos en que sus hijas vivían ahí y cómo fue que poco a poco (en realidad en un suspiro del cosmos) todas se fueron. Al sintió un nudo en la garganta porque él estaba a punto de hacer lo mismo que aquellas muchachas. De ninguna manera viviría en un lugar donde su casera vecina le recordara el abandono del hogar materno.

Posteriormente, una vieja residencia encantada construida por algún excombatiente de La Revolución, esperaba ser mostrada por su actual dueño al paciente buscador de vivienda personal. Se trataba de una antigua construcción de nueve piezas localizada al sur de la ciudad. Su precio de renta era bastante económico para ser tan amplia. Tenía bonita fachada, jardinera al frente, armarios empotrados, dos puertas de entrada, un pequeño patio y otros elementos de comodidad. Pero aparte de estar algo deteriorada y de encontrarse en una zona llena de recuerdos nostálgicos convertidos ya en fantasmas muertos, un toque de mala elegancia, la falsa chimenea de la sala, provocaba en Al una incómoda sensación, como la causada por el primer intento de resignación que se tiene ante una pérdida. Viviendo ahí, todos los días miraría ese hueco inútil de la pared, que le haría pensar en todo aquello bueno que fue o pudiera ser pero que jamás sería en el futuro, debido a las barreras naturales del universo o simplemente por la influencia negativa de un triste agujero de funcionalidad apócrifa y color pastel.

Un domingo de pocos grados centígrados y muchos grados Fahrenheit, Al se interesó en uno de los avisos de la maltratada sección de periódico que llevaba consigo desde el día anterior, en él se ofrecía una casa en renta cerca del parque El Palomar. Después de llamarle por teléfono a la apoderada de la finca, acudió al sitio, no sin antes hacer una escala en una cafetería donde ingirió un poco de ese gran invento de cafeto que ayuda a recuperar energía y temperatura corporal. Cuando llegó a la propiedad en cuestión, una señora lo recibió con gran amabilidad, le mostró el inmueble que constaba de varias habitaciones y un pequeño cubo de luz. Extrañamente no existía ninguna puerta que comunicara al patio. Tal vez para conservar en buen estado el trozo de sabana africana que ahí se encontraba, y que podía ser visto a través de las rejas de una ventana.

—Cuando construyeron esta casa el ingeniero se equivocó, y en vez de una puerta puso aquí una ventana —le explicó la señora, en un tono tan poco creíble como alentador.

El patio podía ser convertido en un hermoso jardín babilónico, construyendo una puerta que diera acceso a la inmaculada maleza. Pero el costo de renta un poco alto, fue la razón por la que Al decidió no alquilar esa linda casita de excelente ubicación. El predio pertenecía a la hija de la encargada, quien desde otro país (donde las rentas son mayores) le había dado instrucciones a su madre de arrendar la propiedad a un precio que, para un nativo de pocos ingresos como Al González, resultaba injusto.
.....sigue....
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Antiguo 27-06-2004
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Con el paso de los días, las visitas que Al hacía a las casas y apartamentos eran cada vez más sistemáticas y con menos fe de encontrar un lugar confortable para vivir. Inspeccionaba cada detalle de las viviendas en busca de algún elemento que le diera la certeza de que no debía mudarse ahí. Negociaba casi para no lograr acuerdo, y cuando le aceptaban su oferta buscaba un pretexto más para decir no nuevamente. Era como si una parte de él estuviese claudicando ante la exhaustiva y desilusionante empresa. Pero en el fondo confiaba en que pronto encontraría un sitio propicio para su futuro hogar. Una corazonada lo llevaba de la mano por el sendero de las puertas, ventanas, escaleras, pisos, cocinas, baños, armarios, muebles, aparatos y barrios, prometiéndole un lugar atractivo a todos sus sentidos y adecuado a sus necesidades. Mientras tanto, Al tenía que superar la maratónica prueba de ser un activo turista en su propia ciudad, marcando con una cruz todas las casas y apartamentos, que como mujeres seducidas por el tamaño de sus pisadas, le decían: «¡te quiero dentro de mí!». De esta forma conoció lugares que bautizó como la escalinata del óxido, la bola de boliche avergonzada, el despacho de la criada, el cuarto ingenioso, la habitación para media persona, el escondite de las púdicas, la cuadra del silencio, la vecindad de horror, la cárcel de paga, el estuche para secretarias, la lavadora voladora, la trinchera con televisor, la puerta imposible y el palacio breve.

Un día tuvo la idea de publicar un aviso en un diario local, para dar a conocer su intención de arrendar una vivienda. Con ello, evitaría el costo de las numerosas llamadas telefónicas que realizaba a diario, y colocaba la balanza de las negociaciones a su favor, ya que una de las cosas aprendidas en su naciente carrera empresarial, fue que al llamar se ruega y al rogar se concede el poder. Echando mano de su ingenio, hizo que el texto del aviso fuera bastante llamativo. El título decía: «Hombre soltero busca», y el contenido: «Busco casa o apartamento en renta para persona seria, responsable y ordenada...». Ya sólo era cuestión de esperar a que se comunicaran con él los dueños y apoderados de fincas en renta. No tardó mucho en descubrir la gran preferencia que tienen los arrendadores por los inquilinos solteros y responsables, debido a que este tipo de personas son los que mantienen en mejor estado las propiedades. Odian a los niños, las mascotas y las fiestas.

Una mañana cálida le llamó por teléfono una mujer de habla sospechosa, para decirle que contaba con un apartamento en renta en una buena zona residencial. Al acudió al lugar un par de horas más tarde. La señora, de unos treinta y ocho años, no muy bien vestida pero con cierto atractivo, lo recibió muy amablemente y lo condujo hasta la segunda planta. Le mostró el apartamento, pero en realidad se trataba de una habitación más de la casa donde ella vivía, junto con una mujer más joven. Lo invitó a sentarse a la mesa ofreciéndole una taza de café. Algo nerviosa, le explicó que ella y su adulta sobrina buscaban personas con las cuales compartir la enorme casa por la que pagaban renta, y así reducir el costo de su alquiler. Estando Al más emocionado que convencido, debido a las fantasías carnales que no tardaron en correr por su mente, la señora lo condujo hasta una habitación donde una bella joven de unos 29 años, sentada frente al espejo con un vestido corto y entallado, terminaba de peinar su cabello con sensual cadencia, para luego ser presentada por su presunta tía y decirle con voz sugestiva al excitado visitante:

—¡Ojalá se quede a vivir con nosotras!

Al contestó hacia sus adentros: «Tal vez no me mude a esta casa, pero si que vendré seguido a saciar todos tus deseos eróticos, preciosa». Dominando el alboroto de sus hormonas, le dijo a la señora que todo estaba muy bien, pero que aquel tipo de morada no era precisamente lo que él buscaba. Alcanzó a notar un ligero gesto de desencanto en aquella mujer de intenciones no muy claras, de quien el libido de Al esperó todo ese tiempo una insinuación certera jamás expresada.

Aún con su aviso en el diario, Al encerraba en círculos aquellos otros que anunciaban propiedades a muy buen precio de arrendamiento. Comprobó más tarde el por qué eran tan económicas. Se trataban de pequeños lugares con escasos elementos de bienestar. Cubos de concreto armados con prisa en la parte posterior de casas hechas sin plan, a los cuales se llegaba caminando entre frágiles tendederos, delatores del sedentarismo de los dueños. Otros eran apartamentos pensados en la talla del hombre promedio, pero construidos sin considerar el enorme espacio que ocupa el aura de los amantes de la libertad. Otros se encontraban en territorios poco estratégicos para una vida personal segura y profesional activa. Otros simplemente ya no resistían el peso de los años, las goteras, los resanes y las capas sobrepuestas de pintura.

En cierta ocasión, una agente de bienes raíces llamada Sara Troncoso, le llamó por teléfono con el propósito de mostrarle una casa de reciente edificación, la cual se encontraba disponible para renta. El inmueble presentaba algunas de las características que Al buscaba. Era amplio, cómodo, seguro y bien distribuido. Pero desafortunadamente, como a un venerable templo de reino antiguo, lo custodiaban cinco guardianes despiadados especialistas en diferentes sistemas de aniquilación. El primero y más evidente, era el ruidoso y pesado tráfico de la Avenida Colegio Militar a unos cuantos metros. El segundo, y quizás el más peligroso, era el acceso a una mina cementera, de donde constantemente salían camiones cargados de un material que empolvaba toda la calle. El tercero y más molesto, eran las canciones a todo volumen en la casa de a lado, de esas que explican por qué los mercaderes de sustancias prohibidas son héroes nacionales. El cuarto y más indignante, era la colérica mascota de otro vecino, la cual por poco vuelve a la moda de los ochentas los pantalones de Al. El quinto y más incierto, era un grupo de maleantes en cuclillas sobre la acera de enfrente, en espera del siguiente gran error de sus vidas. El príncipe del Barrio de Londres prefirió no complicarse la vida con una casa bonita rodeada de tantas amenazas. Comprobó por qué el vecindario es tan importante como la morada misma donde uno va a residir.

Más adelante, le llamó otro intermediario, de esos que nunca tienen tiempo para mostrar una casa a menos que sientan ya su respectiva comisión en el bolsillo. Éste le indicó al caminante de Chihuahua cómo llegar hasta una pequeña residencia, virgen como varias de sus hermanas clones, y perteneciente a uno de los muchos fraccionamientos erigidos sobre el suelo blando de las tierras del norte.

—No se, no se. Casa nueva, barrio tranquilo, renta accesible. Me gustaría verla por dentro —se dijo Al un poco indeciso, tras observar la finca y pasear por sus alrededores.

Acordó ver al apoderado al día siguiente por la tarde, en un lugar cercano a la propiedad en cuestión. Tarde en la que hizo mal tiempo. Bajo el cielo nada más azul, corría con soberbia un viento siberiano que raspaba la piel y entumía la osamenta del más valiente, y que de haber soplado cuatrocientos ochenta años antes sobre Tenochtitlán, hubiera hecho desistir de cualquier pretensión a los conquistadores españoles. Aún era temprano y Al se encontraba ya casi en el suburbio de la casa que le iban a mostrar, viajaba en autobús sobre los primeros kilómetros de la carretera que lleva a Ciudad Juárez. De pronto observó por la ventanilla un rótulo semejante al de una famosa cadena de restaurantes de comida rápida. Bajó de su transporte con la intención de entrar al establecimiento y esperar ahí la llamada prometida del agente, mientras se protegía del aire helado y bebía una reanimante taza de café. Pero para su sorpresa, descubrió que dicho establecimiento era sólo una mugrosa ventanilla por la cual un sujeto despachaba pasteles fríos. Ahí mismo se encontraba un activo supermercado. Un gélido bodegón de abarrotes a donde la gente entraba para congelarse y de paso compraba la sopa de la cena. En contraste, sobre la banqueta, una señora preparaba y vendía pastelillos calientes cuyo vapor atraía a los que ya no aguantaban el temblor de sus huesos. Al observó a sus alrededores y concluyó que aquel extraño carrito de hot cakes, era la cafetería más confortable que encontraría en un radio de cinco kilómetros. Tiritando, se acercó al carrito y pidió un par de esos originales pastelillos.

—Con miel de maple, por favor.

Con el plato desechable y quebradizo en sus manos, buscó la mejor forma de comer aquello que le habían servido, antes de que empezaran a crecerle estalactitas de hielo bajo sus falanges. Se le ocurrió abrir una caseta de cajero bancario que por obra de Dios se encontraba en aquel lugar tan apartado. Entró en ella y ahí devoró su última adquisición culinaria. Habiéndose calentado un poco dentro del improvisado invernadero, descubrió lo útil que es una tarjeta de débito en casos de emergencia aún sin tener fondos en el banco. Ya no quiso saber más de casas en renta ubicadas tan lejos de las comodidades de un centro turístico y peatonal, como el de Chihuahua. Tomó el autobús de regreso a su hogar, para descansar y planear las siguientes visitas.
...Sigue...
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Después conoció unas cuantas viviendas más: la planta alta de un local comercial, en cuyas inmediaciones ocurrían accidentes automovilísticos cada cinco minutos (como bien lo constató al llegar al lugar); la casa de un universitario que parecía no tener la más mínima idea de cómo arrendar su propiedad; un apartamento poco accesible en el interior del edificio de una próspera peluquera; una casa idéntica a la nostálgica morada de los tíos ricos de su infancia; un grupo de habitaciones arrancadas de una residencia que tendía a quedar vacía, y un pequeño compartimiento localizado cerca de su barrio.

Aun cuando la imperiosa necesidad de tener un sitio donde vivir de manera independiente, fue ganándole terreno a su escrupulosidad por los detalles, Al González pensaba que todavía podía llegar a encontrar un techo no muy caro, atractivo y cómodo para un profesionista de clase casi media. El viernes 22 de febrero visitó el número 2002 de una calle cercana al centro histórico. Un antiguo casón de principios del siglo XX. Cuando entró al lugar, ni por accidente recordó que justo ahí habían sido algunos de sus primeros bailes de la escuela secundaria. El sitio había cambiado mucho desde que dejó a Coquis González plantada en la pista a los catorce años. Tras tocar la campana equivocada, la Sra. Pedraza salió para recibirlo y mostrarle el apartamento en renta. Lo condujo por un costado del patio trasero de la mansión donde ella y su familia vivían. Los árboles y plantas del lugar, entre los que destacaban cinco enormes nogales nacidos con las lluvias de otras décadas, compensaban el cronológico deterioro de los jardines, los cuales alguna vez hermosos y limpios de artificios fueron el deleite de aristócratas. Ahora sólo bonitos y un poco entelarañados por conductos de materia y energía, conformaban el refresco visual de inquilinos temporales de diversas procedencias. Ahí, una agradable estancia a desnivel circunvalada por una pequeña barandilla azul, invitaba a la conversación filosófica, a las partidas de póquer o ajedrez con los amigos, y a la lectura privada. Aquello era un trozo de bosque vacacional llevado a la médula de una manzana con memoria urbana.

Subiendo unas escaleras exteriores casi tan rápido como al parecer fueron fraguadas, la Señora Pedraza y Al llegaron hasta la puerta del apartamento número quince, y ella le mostró las habitaciones. Éstas presentaban ligeros rasgos de pronta construcción y un poco de acabamiento. No obstante, era armónico y acogedor debido a sus pisos, puertas y otras estructuras de madera, la funcional distribución de sus cuartos, su chimenea genuina y los muebles y aparatos de confort. Además se encontraba cerca (pero a sana distancia) del intenso corazón de la ciudad, donde las personas y sus historias se añejan como el vino y jamás mueren porque se convierten en auténticas leyendas. Y qué decir de las tiendas, restaurantes, bares, oficinas, teatros, escuelas, hospitales, bibliotecas, museos, parques, lavanderías y demás establecimientos que hacen la vida posible al que trabaja. Sitios a los que se puede ir caminando sin pasar frío, hambre o aburrimiento, ya que doquiera hay refugio, comida y diversión. Un lugar de sorprendentes encuentros con la gente espejo, la gente inercia y los conocidos de cualquier época. Después de escuchar el precio de renta y de meditarlo un poco, Al González firmó el contrato de arrendamiento por seis meses, extensible a más, y le entregaron las llaves del que habría de ser su nuevo hogar. Los nogales se pusieron contentos.
Espero os haya gustado tanto como a mí.
Un Saludo.
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