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Antiguo 03-06-2010
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marcoszorrilla marcoszorrilla is offline
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marcoszorrilla Va por buen camino
zelaznoG lA

Y también te buscamos a tí, quizás relajándote del mundanal ruido, mirando nubes zarcas en cielos arrebolados y mares glaucos de climas cálidos, aunque confiamos en que vuelvas la mirada de tu inmarcesible anhelo a estos tus lares.

Un amigo.

Cita:
¡Buen día a todos!

Espero se encuentren bien, y les agrade este ensayo literario que escribí hace un par de años, en honor y memoria de quienes al igual que yo han buscado afanosamente un buen lugar para vivir.

CAPÍTULO II
Tiempos de cambio

En diciembre del año anterior, Al González había entregado las llaves de su modesta pero entrañable oficina, de dos largos años y siete intensos meses, a su amigo y entonces vecino Pedro Trujillo, para que la progenie de éste volviera a disponer de ese local y lo rentara seguramente a otro emprendedor en busca de alquiler barato. Sabía que el cambio de lugar de trabajo de nueva cuenta hacia el seno familiar, sería algo temporal. Cuando abandonó ese despacho que arrendaba en una estrecha calle del centro histórico de la ciudad, estaba convencido de que al cabo de unos meses ya no moraría en la casa que su padre construyó, y a quien le estaba hondamente agradecido. Habría de vivir en un lugar distinto, un lugar donde él pudiera comenzar su propia rama en el árbol de la trascendencia humana.

Durante los últimos dos meses, de los trescientos veintiuno que vivió en casa de sus progenitores, se le conjugaron toda clase de sensaciones de reencuentro, con sabores a lejanía del recuerdo y sabores a cercanía del olvido. Mezclados con la actividad continua del trabajo, las cuentas por pagar, los asuntos sin terminar, las fiestas de fin de año, la repentina renuncia de su dulce asistente Isabel Bolaños, las aventuras de montaña, las gratas conversaciones con Marisela Yaroslav, el esmerado y breve cortejo a Gabriela Prado, su otro casi amor imposible, y esos nocturnos caminares bajo la lluvia en los que el cielo lloró por la lejanía de dos mujeres admirables. También con las voltizas llamadas telefónicas de Gabriela Agramonte, su última amiga especial, las de Azucena Rubalcava, una insólita y desesperante virgen de 28 años muy estimaba por Al, y las de Maribel Varela, su atractiva contadora que cada trimestre le despertaba un gran deseo de cumplir con el fisco. Además de la visita por varios días de su hermano Manuel, el científico, la recuperación progresiva de la salud de su padre ya seis veces abuelo, y el comienzo de su nuevo libro. Motivado para éste en gran medida por la emocionante excursión de enero, los cálidos parabienes de Marisela Yaroslav por sus logros personales, y esa percepción de poder y celeridad del tiempo que le sobrevino después. Concentró todo aquello en un improvisado pero bonito estudio, en que convirtió la mitad de su reducida habitación. Más tarde consiguió que una compañía lo contratara para ciertos proyectos de suma importancia, por los que tuvo derecho a una oficina interna, la cual vino a sustituir la parte no mística de la dejada recientemente.
Ahora que Al permanecía más tiempo en casa, tratando siempre de comer fuera y evitando así el tedio del amarillo mediodía, no tardó mucho en extrañar esa costumbre de libertad solitaria, forjada durante tanto tiempo en su claustro del aquel edificio embrujado de la calle Segunda, la cual se le había quedado prendida como garrapata en la piel de su repertorio de hábitos. Cuando caminaba cerca del vetusto inmueble, no podía resistirse a la tentación de entrar en él, subir al segundo piso, y colocar la palma de su mano sobre el emblema de la empresa que hizo crecer ahí, aún entonces adherido a la vieja puerta de encino y caoba del local 209. Echaba de menos esa «oficina de gángster de los años cuarentas», como alguna vez la calificó bromeando uno de sus socios.

Sin embargo ya eran otros tiempos. A principios de febrero comenzó la búsqueda de su primer apartamento personal e independiente. Era algo que pretendía desde casi un año antes, pero que tuvo que postergar por su falta de decisión y disciplina en el trabajo. Durante más de quince días leyó decenas de avisos clasificados que anunciaban casas y apartamentos en renta en los diarios locales. Al principio sólo consideró aquellos que se encontraban dentro de un moderado presupuesto inicial, pero terminó ampliando éste casi al doble, al sentir que ninguna de las viviendas que le mostraban era de su total satisfacción. Uno de los primeros apartamentos que vio pertenecía a una mujer encargada de una reputada florería. Observarlo por fuera y su interior a través de las ventanas, le bastó para concluir que la propietaria no concebía la belleza visual en todos sus negocios, porque aquella agonizante morada de viejo, sucio y vistoso retrete al fondo de una diminuta cocina, no despertaba ni la más mínima impresión de bienestar. «Pase a verlo, y ya si le gusta viene y me dice» fueron las últimas palabras que Al le oyó decir a la señora, mientras ésta preparaba atareadamente varios arreglos de claveles.

Luego acudió a conocer otro que se encontraba en un buen barrio y cerca del río Chuviscar. Una mujer ya entrada en años llegó en una camioneta al lugar cuando Al esperaba en la cochera. Después de darle los buenos días, le ayudó a bajar de su vehículo una lata de pintura y unas bolsas de supermercado que dejaron luego en el interior de su sala. Con el semblante de quien acepta convertir su muelle en teatro de pantomima, tras la partida del último barco que jamás volvió como tal, la señora lo condujo hasta el modesto apartamento que se encontraba en la parte posterior de su casa y que tampoco satisfizo expectativas. Era muy pequeño, poco privado y se encontraba prácticamente incrustado al final del pasillo de servicio. La dueña de la casa le habló de los buenos tiempos en que sus hijas vivían ahí y cómo fue que poco a poco (en realidad en un suspiro del cosmos) todas se fueron. Al sintió un nudo en la garganta porque él estaba a punto de hacer lo mismo que aquellas muchachas. De ninguna manera viviría en un lugar donde su casera vecina le recordara el abandono del hogar materno.

Posteriormente, una vieja residencia encantada construida por algún excombatiente de La Revolución, esperaba ser mostrada por su actual dueño al paciente buscador de vivienda personal. Se trataba de una antigua construcción de nueve piezas localizada al sur de la ciudad. Su precio de renta era bastante económico para ser tan amplia. Tenía bonita fachada, jardinera al frente, armarios empotrados, dos puertas de entrada, un pequeño patio y otros elementos de comodidad. Pero aparte de estar algo deteriorada y de encontrarse en una zona llena de recuerdos nostálgicos convertidos ya en fantasmas muertos, un toque de mala elegancia, la falsa chimenea de la sala, provocaba en Al una incómoda sensación, como la causada por el primer intento de resignación que se tiene ante una pérdida. Viviendo ahí, todos los días miraría ese hueco inútil de la pared, que le haría pensar en todo aquello bueno que fue o pudiera ser pero que jamás sería en el futuro, debido a las barreras naturales del universo o simplemente por la influencia negativa de un triste agujero de funcionalidad apócrifa y color pastel.

Un domingo de pocos grados centígrados y muchos grados Fahrenheit, Al se interesó en uno de los avisos de la maltratada sección de periódico que llevaba consigo desde el día anterior, en él se ofrecía una casa en renta cerca del parque El Palomar. Después de llamarle por teléfono a la apoderada de la finca, acudió al sitio, no sin antes hacer una escala en una cafetería donde ingirió un poco de ese gran invento de cafeto que ayuda a recuperar energía y temperatura corporal. Cuando llegó a la propiedad en cuestión, una señora lo recibió con gran amabilidad, le mostró el inmueble que constaba de varias habitaciones y un pequeño cubo de luz. Extrañamente no existía ninguna puerta que comunicara al patio. Tal vez para conservar en buen estado el trozo de sabana africana que ahí se encontraba, y que podía ser visto a través de las rejas de una ventana.

—Cuando construyeron esta casa el ingeniero se equivocó, y en vez de una puerta puso aquí una ventana —le explicó la señora, en un tono tan poco creíble como alentador.

El patio podía ser convertido en un hermoso jardín babilónico, construyendo una puerta que diera acceso a la inmaculada maleza. Pero el costo de renta un poco alto, fue la razón por la que Al decidió no alquilar esa linda casita de excelente ubicación. El predio pertenecía a la hija de la encargada, quien desde otro país (donde las rentas son mayores) le había dado instrucciones a su madre de arrendar la propiedad a un precio que, para un nativo de pocos ingresos como Al González, resultaba injusto. ...(continúa).
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Antiguo 03-06-2010
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Casimiro Notevi Casimiro Notevi is offline
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Casimiro Notevi Tiene un aura espectacularCasimiro Notevi Tiene un aura espectacular
He leído varias veces los escritos de Al, incluso los tengo guardados desde hace tiempo por si acaso se pierden.
Con permiso de Marcos acompaño una fotografía que me parece adecuada.





p.d. Si no te parece adecuada puedes quitarla, gracias.
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  #3  
Antiguo 03-06-2010
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marcoszorrilla Va por buen camino
Me parece adecuada Antonio, esperemos que de ese cielo entre arrebolado y caliginoso que quizás esté contemplando Alberto atalayando oquedades por donde el alma de su padre quizás penetrara no ha mucho, vuelva la vista hacia estos grises cuadros de texto y nos tranquilice con su visita y su prosa grácil y elegante.

Un Saludo.
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Antiguo 08-06-2010
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marcoszorrilla Va por buen camino
Seguimos sin saber nada de nuestro buen amigo Al, a ver si alguién de México puede aportarnos algún dato, si le veis le decis la existencia de este hilo, seguro que le alegrará ver de nuevo publicada una parte de su novela.

Un Saludo.
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  #5  
Antiguo 10-08-2010
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Al González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en brutoAl González Es un diamante en bruto
Hola mi buen Marcos y mi buen Antonio, gracias por esos grandes detalles. Había visto este hilo antes, pero sin saber si debía intervenir. Hoy pienso que a los amigos siempre hay que agradecerles sus gestos de buena voluntad, y pues eso, gracias por estos detalles de recuerdos y preocupación por mí.

Y por la misma razón, ahora me paso al hilo de Román, quien no me merece un agradecimiento menor.

Un abrazo literario y fotográfico.

Al González.
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